Habría unos diez taburetes libres en todo el bar, pero el tipo del traje azul marino se sentó justo al lado de la única mujer que se encontraba en el establecimiento. También hay que mencionar que el número de hombres presentes tampoco era demasiado; teniendo en cuenta al primero hacían un total de tres junto al camarero y al hombre de la esquina de la barra.
El barman pasó un paño por la barra y miró perspicazmente al recién llegado esperando no tener que repetir con palabras lo que sus ojos preguntaban. El cliente, tras encender un cigarrillo y hacer una pausa que diera cierta hondura a la única palabra con la que respondería a la silenciosa cuestión dijo, -Café-. El camarero ladeó suavemente la cabeza en un gesto de aprobación y esbozó una ligera sonrisa satisfecho por haber ahorrado unas cuantas palabras una vez más; inmediatamente sirvió el café.
Instantes después el tiempo pareció ralentizarse tanto, que cualquiera allí y aquí podría haber dicho que se había detenido del todo. Quizá fuera por lo intempestivo de la hora, ya de madrugada; quizá por lo silencioso de la calle, cuya luz provenía en gran parte del interior de la cafetería. Cuando el tiempo supuestamente reanudó su andadura la taza de la mujer vestida de rojo apareció vacía y el cigarro de su vecino se había consumido por completo. Encendiendo un nuevo pitillo se ofreció a invitar a la dama a otra infusión, a lo que ella respondió afirmativamente mientra escudriñaba con desdén las uñas de su mano derecha. –Phillie-, entonó amablemente el galán, -sírvenos otras dos tazas de café-. El trabajador de blanco uniforme y pajarita (o puede que corbata) torció un poco el gesto y vertiendo el oscuro líquido se vio moralmente obligado a comunicarse con palabras, -No me llamo Phillie, ni siquiera soy Phillie-. A la pareja esto no les pareció demasiado gracioso y tampoco intentaron disimularlo, pero él apoyando los codos contra la barra prosiguió la charla -Pensé que ese era tu nombre por lo que leí en el cartel de ahí fuera-.
-Si fuera Phillie no estaría aquí poniendo cafés-
-¿Por qué es el jefe?-
-No, porque está muerto-
En ese momento el hombre que estaba de espaldas al ventanal decidió acoplarse a la conversación, cosa que al tendero desagradó pues se estaba adentrando sin querer en un desierto de palabras que sin duda le llevaría a acabar perdido y con la boca seca.
-Joder, llevo toda mi vida aquí. Probablemente sea el primer cliente de este tugurio y me entero ahora que usted no es Phillie-
-Ni soy ni me llamo Phillie-, replicó insistiendo en el chiste que el otro cliente decidió con buen criterio ignorar.
-¿Quién coño es Phillie entonces? –
-No tengo la más mínima idea, él ya no estaba cuando empecé a trabajar aquí-
-¿Y cómo sabe que está muerto?-
-¿Es que es policía?-
-¿Policía? No, que va-
-Vaya pues parece uno de esos que no paran de hacer preguntas-
-¿Acaso tiene reparos en contestar?-
-Pues mire, por lo general, sí, así que espero que esta respuesta le deje satisfecho amén del café, por supuesto-
-El café está delicioso-
-¡Doy fe!- exclamó el hombre del traje azul marino con una voz medianamente jocosa que parecía estar divirtiéndose con la situación. Entonces el empleado retomó la palabra con la intención de zanjar la polémica lo antes posible y pasar así de nuevo al estado taciturno: -En lo que a mí respecta, el tal Phillie está muerto pues yo nunca lo vi, ni hablé con él, ni nada. La cafetería se llama Phillies y yo me dedico a servir cafés no a entretener a la clientela. Si por mi fuera este lugar se llamaría “Aves Nocturnas” o “Ed’s work of art” o qué sé yo, ¡pero yo no soy el dueño de esto ni sé siquiera si me gustaría!-Terminando esto se pudo ver una gran vena que latía apresuradamente en el cuello del chico, que por cierto se llamaba Bob, aunque eso era algo que nunca les diría esa noche a esos tres clientes.
-Y ¿cómo te llamas chico?-
-Eso es algo que no les diré esta noche-, respondió. (¿Lo ven?)
-Bueno, seguramente mañana te lo vuelva a preguntar-
-Nosotros también lo haremos-, ahora el hombre del traje azul marino parecía más un burdo cómico que el Humphrey Bogart siniestro que pretendía ser cuando se sentó junto a la mujer que seguía estudiando cada surco de sus uñas sin prestar la más mínima atención al café.
-Muy bien, aquí estaré mañana. Yo sólo sirvo cafés y miro el mundo girar fuera del ventanal-.
-Y ¿qué ves ahora por esa ventana tuya?- preguntó socarronamente el tipo de la esquina de la barra queriendo tocar un poco más las narices al joven.
-Veo que va a amanecer pronto, pero es la luz de esta cafetería la que seguirá iluminando esta calle-. Y el tiempo pareció volver a detenerse…
Grande!
ResponderEliminarExcelente el cuadro de inspiración... lo vi en una expo en la Fundación Bancaja de Valencia... y excelente relato!!