sábado, 22 de noviembre de 2014

El saber no ocupa lugar

El saber no ocupa lugar, eso dicen los que viajan ligeros de equipaje por la vida. El saber no ocupa lugar, pero el vacío destinado a él está lleno de las decepciones que provoca. No ocupa lugar, pero de alguna forma está ahí en medio, obstaculizando decisiones y generando dudas, eso sí, siempre muy razonables. El saber sabe bien cuando de saborea en el paladar por primera vez y nos sentimos sabedores de un momento único que no ocupa lugar en el espacio mas sólo en el tiempo. Con el tiempo el sabor del saber se vuelve desaborido, desabrido, y pensamos en qué sabroso sería desocupar todo ese lugar vacío ocupado por tanto saber. De repente, deseamos tener nuestra cabeza tan vacía de vacío como un niño; ansiamos el vacío desordenado que llevan los locos en sus hatillos o en sus bolsillos agujereados; anhelamos el vacío que los bohemios dejaron en algún cofre algún día antes de ir a buscar otro lar donde llenar su vacío de cosas que sí ocupan lugar. Y nos damos cuenta de que simplemente no podemos sacar algo que no se ve de un sitio que no conocemos, y es demasiado tarde para desconocer, porque el saber no ha ocupado lugar, pero se ha apoderado de todo el tiempo. Desde el primer bocado el saber ha sabido versar nuestra voz, besar nuestro ego y bregar con nuestro dolor; pero al acumular el tiempo polvo sobre nuestro saber, éste se vuelve añejo en un primer momento para picarse más tarde, para agriarse en el fin. ¿Quién sabe cuándo es suficiente saber? ¿Cuando duele más que la ignominia de la ignorancia? Ojalá el saber ocupara lugar para saber cuándo estamos llenos de él, para saber cuándo poder parar.


El saber no ocupa lugar, pero mis estanterías están repletas de un vacío inquietante que no me deja poner otra cosa.